¿En qué milésima de segundo cruzamos la línea y convertimos nuestras acciones en un vicio, en ese algo que por más meditado que esté seguiremos haciéndolo o pensándolo?
¿Es tanta nuestra necesidad de repetir lo que menos nos conviene?
¿Es tanta nuestra necesidad por estancarnos en momentos que, curiosamente cada vez que más nos "enfangamos", más atractivos resultan, y a la par nos hacen más libres?
Que ironía... lo que nos ata, lo que nos encierra también nos abre las puertas a la libertad claramente acompañada de una suerte de felicidad.
¿Será que nuestros mejores momentos han sido esos que sabemos que no son para toda la vida sino esos que nos hacen sentir una vida?
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